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martes, 25 de agosto de 2009

Situación del positivismo en América Latina a finales del siglo XIX

La idea fundamental con que se puede empezar a abordar esta cuestión es la formulación de que el positivismo, como movimiento, en América Latina es una fuerza que busca la conformación de los Estados Nacionales. Esta fuerza aparece muy vinculada con el liberalismo, a tal punto que se podría definir como movimientos de pensamiento comteano y spenceriano que reforzaron al liberalismo del periodo independista con el propósito de construir países ordenados e integrados.

El movimiento positivista cumple un papel hegemónico en la América Latina, por su capacidad de interpretar las realidades de las sociedades latinoamericanas, particularmente y en su conjunto, además de que logra articularse con instituciones con las que logra crear una solidez en las prácticas sociales (educativas, jurídicas, militares), siempre con su propósito de la consolidación del Estado. Tal es el caso de la representación del positivismo en Colombia, en donde el presidente Rafael Nuñez, siendo su mayor representante, llevo a cabo su propósito de la unificación nacional mediante la imposición de la religión católica como religión oficial en el país, viéndose reflejada tal decisión en la Constitución de 1886, en la instrucción de esta religión en la educación nacional y en el concordato con la Iglesia Católica. Tal figura de Rafael Nuñez es realmente complicada en el campo de la política porque por algunos es considerado un liberal, y fue el último presidente en el periodo de los Estados Unidos de Colombia, netamente liberal, pero también fue el gestor de la Constitución de 1886 en el que se centralizaba de nuevo el poder, se reducían las libertades de los individuos, y se daba el caso ya mencionado, con la religión oficial.

El positivismo, en su propósito del orden y la integración, representa un homogenización de las estructuras sociales que tienen propósitos claros en muchos casos. Nos arriesgamos a plantear como unos de estos propósitos, una incorporación plena al mercado global, como reflejo de otro objetivo positivista: el desarrollo y la integración a la modernidad, y el propósito de tornar más gobernables a estos países que provienen de periodos de guerras civiles, de guerras independentistas y pasar a una etapa de centralización estatal.

Otro planteamiento que aparece en la discusión es que el movimiento positivista aparece en el momento en que lo necesitaban. No se quiso, en ningún momento, explicar a las sociedades latinoamericanas a partir del positivismo, sino que simplemente, los postulados de Comte y Spencer coincidieron con los propósitos de ciertos sectores en cada uno de los países. El discurso positivista es el que mejor interviene en los proyectos de la construcción de los países y de cómo explicar los problemas que trae la modernización que, en la época, se llevan a cabo. El movimiento otorga a las instituciones un papel fundamental en su propósito de la centralización del estado porque estas trazan un límite dentro del cual se podrían construir todo tipo de sectores articulables a la modernidad, y dentro del cual se pueden considerar elementos coercitivos para mantener la estructura nacional.

En el proceso de establecimiento de estas propuestas en los países latinoamericanos aparecen ciertos obstáculos para esta tarea, los cuales fueron discutidos en gran parte del debate de clase. Por una parte aparecen los territorios como México, Bolivia y Perú en donde un alto componente indígena hace que lo que el movimiento positivista busca implementar no pueda ser aplicado de manera homogénea y tenga que ser aplicado de modos particulares en cada región, además de que es una traba para el proceso de homogenización nacional. Aún así, surge en parte del movimiento positivista, una tendencia indigenista que plantea que la homogenización nacional debe ser construida a partir de “lo indígena”, teniendo en cuenta a esto como lo propio, entre otros planteamientos.
En otro caso, que había sido mencionado en el debate, aparece el fenómeno migratorio en países como Argentina y Uruguay que se problematiza de manera similar al indígena. Aunque gran parte del inmigrante en estos territorios era considerado aporte al desarrollo y al progreso que se quería, especialmente porque sus orígenes (Inglaterra, Italia, Francia, Estados Unidos, Francia, Suecia, etc.) eran sinónimo de la cultura y desarrollo que se quería alcanzar en estos territorios, estas grandes oleadas migratorias si pueden observarse como un problema para el movimiento positivista. Este fenómeno pone en peligro la estabilidad de la gobernabilidad de estos territorios en tanto que se perdía, al igual que en el caso indígena, la homogenización esperada y hacia necesario replantear el problema de lo nacional. Un ejemplo útil se da en la ciudad de Buenos Aires en las primeras décadas del siglo XX, en donde se habían perdido las características de pequeña ciudad para pasar a ser una ciudad moderna y cosmopolita, en gran parte por la llegada masiva de inmigrantes a esta ciudad. Este proceso de convertirse en gran ciudad también es a la vez el proceso de alta modernización, tal como lo esperaba el movimiento positivista, pero esta modernización trajo consigo sus propias problemáticas como la conformación de nuevos sectores populares urbanos, los cuales comienzan a exigir atención especial del Estado, y por el otro lado, el crecimiento del mercado de trabajo moderno el cual empezó a conformar consigo y con la nueva clase obrera nuevos movimientos como el sindicalismo, ligados a nuevas ideas para tal sociedad como el anarquismo y el socialismo. En este caso se muestra una nueva pérdida de la homogenización nacional anhelada por los positivistas y conlleva a todo lo contrario, tensión y nuevos enfrentamientos civiles.

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